LA FUERZA DE LA FÈ

Àlvaro Antonio Claro Claro

Don Camilo Claro Velàsquez
Don Ramòn Ignacio Claro Bayona
Don Camilo Claro Bayona

Eran los inicios del siglo XX, el país estaba empobrecido como consecuencia de una guerra civil entre partidos políticos que luchaban por el poder, guerra que asoló a Colombia y registró miles de muertos, particularmente en la población campesina, paralizó la agricultura, la industria y facilitó la toma del ismo de Panamá al gobierno de los Estados Unidos.

Nuestra región no fue ajena a estos acontecimientos, el desarrollo de nuestra economía no despegaba por la ausencia de vías de comunicación y de programas de fomento que impulsaran la agricultura y la ganadería de nuestros pueblos como resultado de una violencia partidista que se prologaría por muchos años más.

En medio de estas circunstancias, mi bisabuelo Camilo Claro Velásquez, arañaba con obstinación los áridos surcos de su parcela para lograr el sustento de una numerosa familia, los tiempos eran difíciles y no se presentía un horizonte esperanzador. Una extraña enfermedad empezó a hacer mella en su humanidad, intensos dolores recorrían su cuerpo y ningún medicamento natural de los que le suministraba el boticario lograban el alivio a su mal. Era tan fuerte el dolor, que en su desesperación se auto agredía, por lo que era necesario atarlo con sábanas a su cama para evitar que se hiciera más daño.

Mi bisabuelo gozaba de la estima de la mayoría de los habitantes de la Playa de Belén, en una de las vistas que a diario recibía, un compadre dedicado a la arriería, comenta que alguna vez escuchó en una fonda el relato sobre una Virgen que apareció en un lugar santo, muy al interior de Colombia, llamado Chiquinquirá. Era visitado por creyentes de todos los lugares del mundo en busca de una cura para sus enfermedades.

La historia de la virgen milagrosa interesó a la familia criada bajo una sólida Fe cristiana y consideraron que su intervención divina podría ayudar a sanar a mi bisabuelo.

Mi abuelo Ramón de 17 años (Devoto y respetuoso de la doctrina cristiana) y su hermano Camilo de 16 años (Irreverente hasta los tuétanos, pero solidario con la pena familiar) deciden emprender el viaje en busca de una ayuda celestial para su padre. Labradores sin escuela, desconocen por completo las rutas posibles, las distancias a recorrer y el tiempo necesario para arribar a la ciudad promesa. No obstante, la Fe inquebrantable de la familia es la energía que les proporciona las fuerzas para agarrar camino sin temores.

Emprenden el viaje por caminos de herradura, sin un centavo en el bolsillo, a pie, con un par de cotizas, la ropa que llevan puesta y en una mochila de fique 10 arepas, algo de carne salada y un calabazo con guarapo de panela para los primeros días. Preguntando en los caminos, recorrieron la cordillera, atravesaron páramos, ríos y bosques con diferentes climas hasta ahora desconocidos por los caminantes.

La solidaridad (Algunas veces maltrato y burlas) de las personas que se encontraban en la ruta y el jornal en varias fincas les permitió recorrer casi 500 km hasta llegar a su destino y cumplir con la promesa a la virgen en busca de la mejoría para Don Camilo.

Sobre un fértil valle rodeada de colinas onduladas se les aparece en una mañana dominical la ciudad de amplias casas coloniales, muchos talleres de carpintería, posadas y grandes almacenes de ropa. Era Chiquinquirá, en donde la religiosidad se respiraba en todos sus rincones.

La basílica de Nuestra señora del Rosario se destacaba a lo lejos y hasta allá dirigieron sus cansados pasos nuestros peregrinos. Mi abuelo, muy emocionado y con lágrimas en los ojos apenas entran al parque principal se pone de rodillas y avanza orando en dirección a la iglesia de la virgen venerada; mi tío Camilo, también eufórico por haber logrado su propósito, le grita a mi abuelo: Ramón, hasta aquí te acompaño yo… la oración es de tu cuenta y se dirige muy orondo a una tienda cercana en la búsqueda de un tazón de guarapo bien fuerte que le aplaque la sed y el cansancio.

EL viaje de ida y regreso duró dos meses y algunos días. Mi bisabuelo murió unos meses más tarde, fue evidente un alivio en el dolor y su tránsito a la otra vida fue muy tranquilo. Mi abuelo fortaleció su Fe en la virgen y tuvo la fortuna de ver a dos de sus hijos y a dos sobrinos más, ordenados como sacerdotes dominicos, guardianes de la virgen del Rosario.

Mi tío Camilo se convirtió por mucho tiempo en el centro de las reuniones de los playeros narrando alegres anécdotas e historias aprendidas durante el viaje, dejó el guarapo y se pasó, hasta sus últimos días, al chirrinche que venía de muy buena fábrica en alambiques clandestinos y era la bebida de moda que alegraba las reuniones de la época en esos lejanos campos.


 

Como recuerdo de ese peregrinaje,
la familia aún conserva un humilde retablo
de la imagen adquirida en Chiquinquirá
en la primera década del siglo XX
(Fotografía de la izquierda).